En los zapatos del otro

Lo importante en el proceso de entender al otro, tanto para llegar a acuerdos como para tener una convivencia armoniosa y fructífera, no pasa tanto –como se cree– por la identificación ("eso también me pasó a mí") sino por la capacidad de aceptar las diferencias y por enterarse. Es decir, por querer comprender a partir de lo que nos distingue o separa. 

Por Audrey Fleischman y Eitan Gomberoff 

 

Solemos creer que tenemos la capacidad para sintonizar perfectamente con el otro y a eso le llamamos: “entenderlo”.  La empatía –la posibilidad de ponerse en el lugar del otro– es uno de los ideales más valorados de las relaciones, pues les da a los vínculos cierta comodidad y alegría cuando se alcanza. Y  cuando no, produce dolor, frustración y hasta reproche y autoreproche.

La idea de entender al otro ha sido muy pensada desde “lo semejante, lo común”. ¿Cuántas veces hemos sentido o escuchado: "te entiendo, a mí me pasó..."; "créeme, esto ya lo viví..."; "te lo digo porque estoy en la misma..."; o "te aconsejo porque a mí me sirvió y seguro que a ti te servirá..."?  Sentirnos unidos, sentirnos ligados a otro, creer que se nos puede entender completamente, es una necesidad humana y una ilusión que muchos consideran indispensable a la hora de sostener un vínculo.

Demandamos que el otro sepa cómo nos sentimos, que entienda nuestro punto de vista. Nos alivia creer que podemos hacer lo mismo: "ponernos en los zapatos del otro", saber cómo piensa. Es desde ahí que se definió muchas veces la amistad, el amor, e incluso algunas prácticas de crianza. Cuando esto es logrado, aparece la promesa de unión, de unidad. En contraposición, cuando no se logra, aparecen la desilusión y el reclamo de por qué “no nos entienden”.

En nuestra práctica como psicoanalistas nos encontramos con permanentes malentendidos de este tipo en las parejas y también en la relación entre padres e hijos. Es habitual escuchar cosas como: "antes nos entendíamos, él era así y yo asá y los dos lo sabíamos, estaba claro. Ahora no se qué nos pasa”.

¿Qué hacer frente a este recurrente desajuste, frente a la imposibilidad de ser lo que el otro imagina, desea o espera que seamos?  ¿Cómo dejar de aspirar a coincidir?  ¿Y cómo, incluso, empezar a reconocer que en la diferencia, en la brecha entre uno y otro–entre padre e hijo, en la pareja, en la amistad, en la relaciones educativas– hay un campo de producción y creación muy grande?

Algunas ideas

Tal vez lo primero es dejar delado las exigencias de coincidencia. No molestarse ni pensar que estamos fallando cuando ese "entender" no se da. Reconocer o aceptar que no es un fracaso el no poder "ponerse en los zapatos del otro". Y es que, en verdad, cada uno tiene sus propios zapatos: acomodados, deformados y transformados por sus experiencias únicas y singulares.

Desde PSI creemos que la noción de comprender está muy ligada a la aparentemente simple –pero exigente– disposición a "enterarse" de eso que no sabemos y muchas veces asumimos del otro; de un hijo, de la pareja, de un alumno o de un amigo.

Lo que llamamos “enterarse” a veces se inicia con cierta desilusión porque nos hace sentir la diferencia, nos separa, nos muestra que no somos uno. Pero esa desilusión es habitualmente positiva porque muchas veces motoriza o promueve un encuentro.

 Dos aproximaciones frente a la misma situación

 Versión 1: El otro día Pablo le explicaba a su padre la dinámica de un juego en red. El padre lo miraba preocupado ya que, en su concepción, jugar es jugar a la pelota, a las cartas, incluso a la computadora, pero no con otros en la red.  El padre decía: "Pablo, yo sé de lo que te hablo, hazme caso, es mucho mejor jugar con tu amigo, invítalo a casa. Además, ¿nunca juegan con cosas que existen de verdad? Hazme caso, te acabo de comprar un Monopolio para que invites a unos amigos y jueguen aquí". Pablo, un tanto decepcionado, recibe el monopolio y se retira a su cuarto.

 Versión 2: El otro día Pablo le explicaba a su padre la dinámica de un juego en red. El padre lo miraba preocupado ya que, en su concepción, jugar es jugar a la pelota, a las cartas, incluso a la computadora, pero no con otros en la red. El padre decía: “Pablo, ¿me puedes explicar de qué se trata? No sé de lo que me estás hablando, yo jugaba a otras cosas. Te pido que me tengas paciencia porque no me es fácil entender”.

****

Desde PSI creemos que entender es estar dispuesto a enterarse. Y para enterarse hay que partir de una escucha que intente suspender nuestros supuestos o prejuicios.  Porque "asumir" es sencillo. Y "enterarse", altamente exigente. Pero lo que viene después hace que el reto valga la pena.